Foto: LA NACION / Ricardo Pristupluk
No luce como un jugador de fútbol. No por talento, eso le sobra. Tiene que ver con su postura. No tiene gestos de futbolista; lo suyo parece estar en otro lado. Escribe, toca la guitarra, inunda su cuenta de Twitter con apellidos como los de Page, Plant, Richards, Gilmour, Springsteen, Jagger. Se dispersa, porque su atención está en conseguir una casa, ya que desde hace nueve años vive en Europa. Muestra un look que nada tiene que ver con al universo de la pelota tradicional. Luce glamoroso; sin embargo, detrás de sus manos llenas de anillos y de una buena cantidad de tatuajes, aparece el pibe del barrio Montechingolo, en Lanús. El que gusta de disfrutar de un asado con amigos. Es por eso que no se advierte casi nada del brillo de Espanyol, Roma, Southampton, Juventus, Inter. Daniel Osvaldo , a los 29 años, parece conocer la fórmula para que en él convivan con naturalidad esos dos mundos tan dispares.
El destino parece haberle reservado guiños diversos. Nació en la clínica Maternidad Sardá, de Parque Patricios; se crió en Lanús e hizo inferiores en el Sur, pero comenzó a caminar en el mundo de la pelota en Huracán: "Si no fuese por Huracán no habría podido hacer la carrera que hice". Fanático de Boca , admirador de Riquelme, enfermo por Maradona, se fue a Europa con 19 años y sin minutos en el fútbol grande de la Argentina. Paseó su fútbol por Italia, España e Inglaterra para desembarcar ahora en la Ribera: "Todavía no puedo creer que está tan cerca la chance de jugar por primera vez con la camiseta de Boca. Es increíble". Disfruta, y se le nota.